Jesús Archivet
La magnitud de las construcciones medievales
Entre los años 1050 y 1350, Europa vivió un impresionante auge en la construcción de catedrales, iglesias, monasterios y castillos. Sólo en Francia, durante este período se construyeron 80 catedrales y 500 iglesias, además de miles de iglesias parroquiales. La magnitud de estas obras es tal que en estos tres siglos se utilizó más piedra que en toda la historia del antiguo Egipto. La gran pirámide de Keops, con casi 147 metros de altura y más de 2.500.000 metros cúbicos de piedra, parece pequeña comparada con la cantidad de piedra utilizada en la construcción de las grandes catedrales europeas.
Las grandes catedrales no sólo se caracterizan por su altura y grandiosidad, sino también por sus cimientos, que en algunos casos alcanzan los 10 metros de profundidad, similar al nivel medio de una estación de metro parisina. Por ejemplo, la catedral de Ameins, con una superficie de 7.700 metros cuadrados, permitió que todos sus habitantes -unas 10.000 personas- asistieran a la misma ceremonia. En Notre-Dame de París podían congregarse 9.000 feligreses, casi toda la población de la ciudad en aquella época.
También es impresionante la altura de las naves y torres de estas catedrales. En el coro de la catedral de Beauvais, la bóveda se eleva 48 metros del suelo, permitiendo construir un edificio de 14 plantas antes de llegar a él. La aguja de la catedral de Chartres, construida en el siglo XII, se eleva hasta los 105 metros, lo que equivale a un rascacielos de 30 plantas, mientras que la torre de Estrasburgo alcanza los 142 metros, lo que correspondería a un edificio de 40 plantas.
Los artesanos de la piedra
A diferencia de las canteras del antiguo Egipto, de las que se sabe poco, disponemos de información detallada sobre los trabajadores de la Edad Media occidental. Documentos de la época revelan la identidad, estilo de vida y trabajo de estos artesanos. La guía de Santiago de Compostela, el Códice Calixtino del siglo XII, menciona a 50 artesanos que trabajaron en la catedral. En Westminster, en 1253, están documentados una media de 40 canteros trabajando en la catedral. La comuna de Siena, en sus estatutos de 1260, se comprometió a mantener permanentemente diez artesanos en los trabajos de la catedral, mientras que en Praga, a mediados del siglo XIV, trabajaban en la catedral una media de 15 a 20 albañiles o albañiles.
Estas informaciones revelan la organización del trabajo y la
forma de vida de estos artesanos, incluida su reglamentación social y
profesional. Mientras que los arquitectos gozaban de una posición social
elevada, los masones contaban con ayudantes llamados famuli, así con la colaboración
de técnicos de otros oficios: carpinteros, herreros, plomeros, vidrieros,
pulidores y peones. En la abadía de Westminster, en mayo de 1253, trabajaban 39
canteros, 15 marmolistas, 26 albañiles-asentadores, 32 carpinteros, 2 pintores,
13 pulidores de mármol, 19 herreros, 14 vidrieros, 4 plomistas y 176 peones,
totalizando 340 hombres.
Carpinteros y albañiles
El canónigo Hugues de Saint-Víctor, a mediados del siglo
XII, distingue entre varias categorías de obreros. La arquitectura se divide en
masonería cementaria, que incluye a los canteros (latomus) y a los albañiles
(cementarios), y en la carpintería, que incluye a los carpinteros
(carpentarios) y ebanistas (tignarios). La distinción entre latomus y
cementarius parece corresponder a dos profesiones diferentes: el primero da
forma a la piedra, y el segundo la coloca y une con mortero. Esta distinción se
refleja en la lengua de cada país, aunque no siempre se respetaba
estrictamente.
En el siglo XIV, en Inglaterra, se distingue entre
freestone-mason, el albañil que trabaja la piedra blanda de adorno, y
rough-mason, el albañil que trabaja la piedra más tosca y dura. La expresión freestone-mason
se simplificó a free-mason, aludiendo a la calidad de la piedra. Se reconocen dos
categorías de obreros: el masón superior o cantero, que trabaja la piedra, y el
inferior o albañil, encargado de colocarla. Dentro de los canteros, se
distingue entre quienes trabajan la piedra blanda de adorno y los que trabajan
la piedra dura de sillería.
Un oficio itinerante
Los masones medievales no eran originarios de la región
donde trabajaban. Dado lo especializado de su trabajo, se desplazaban a donde
se les requería, incluso a regiones o países distintos. En la abadía de Vale
Royal, los investigadores D.Knoop y G.P Jones encontraron que solo un 5-10% de
los masones eran originarios de la zona. En Saint-Victor de Xanten, muchos obreros
eran extranjeros. En Premontré, los masones franceses y alemanes trabajaban en
lados opuestos de la iglesia, compitiendo entre sí.
Esta movilidad migratoria se evidencia en los signos
lapidarios que permiten seguir el paso de los mismos equipos de trabajo en
distintas obras. Estas migraciones se remontan a épocas muy lejanas. En Alemania,
una carta del año 549 menciona el envío de masones italianos a Tréveris. Para la
construcción del monasterio de Schildesche en Westfalia, en 940, se trajeron fabri
murarii et cementarii de las Galias. El obispo Meinwerk de Perborn, a
principios del siglo XI, construyó la capilla de San Bartolomé con trabajadores
griegos.
Los arquitectos o maestros masones a menudo llevaban consigo
a un número de obreros. En 1483, el alsaciano Niesenberg llevó a 13 compañeros
a Milán para construir la cúpula de la catedral. Estos desplazamientos explican
las influencias lejanas en algunas obras.
Obreros libres, siervos y monjes
Los obreros medievales eran generalmente de condición libre.
Sin embargo, algunos textos antiguos mencionan vestigios de siervos trabajando
en construcciones. En algunos monasterios, había conversos o legos (frates
barbati) y oblatos (seglares) que desempeñaban oficios de la construcción. En Hirsau,
según el abate Trithème, había unos 50 oblatos y 60 barbati. Federico II, en
1224, empleó conversos de abadías cistercienses para construir castillos y
residencias.
No obstante, los conversos representaban un número reducido
de los trabajadores. En Inglaterra, el rey recurrió en alguna ocasión al
sistema de “presa”, una leva obligatoria para reclutar obreros, pero esto era
excepcional.
Logias y cofradías
La movilidad y la independencia de los canteros medievales
llevaron a la creación de logias, que originalmente eran recintos donde se reunían
los masones. Estas logias se convirtieron en verdaderos gremios o gildas,
reconocidas oficialmente y con derechos políticos. En Europa, existió una
organización muy desarrollada, notablemente representada en la reunión de
Ratisbona en 1459, donde se aprobaron los estatutos que constituían un código
ético de la profesión.
Los estatutos de Ratisbona mencionan la jerarquía de
maestros, compañeros y aprendices, y establecen normas éticas para los masones.
Debían vivir según la fe cristiana, confesarse y comulgar al menos una vez al
año, y los bastardos eran excluidos. Los masones itinerantes eran objeto de previsión
particulares.
La vida del masón
La gran logia de Estrasburgo, que influyó significativamente
en la organización profesional de los masones, presenta especial interés. En 1782,
el canónigo Grandidier publicó un resumen de sus estatutos. Los masones de
Estrasburgo diseñaban edificios y tallaban piedras, considerándose superiores a
los albañiles comunes. Sus atributos y símbolos eran la escuadra, el nivel y el
compás.
Los masones formaron un cuerpo independiente con palabras de
contraseña y toques para distinguirse. Los aprendices, compañeros y maestros
eran recibidos con ceremonias secretas. El aprendiz que se elevaba a compañero
juraba no divulgar los secretos de la sociedad, y los maestros y compañeros
tenían prohibido instruir a extranjeros en los estatutos de la masonería.
Cada logia tenía una caja para el dinero destinado a las
necesidades de los hermanos pobres o enfermos. Los masones debían llevar una
vida acorde con la fe cristiana. Quienes no cumplían con sus deberes religiosos
o llevaban una vida libertina eran expulsados.
El legado de los constructores medievales
La construcción de las grandes catedrales medievales cesó,
pero el mundo simbólico y ritual de las hermandades de constructores perduró. Sus
jerarquías, ritos y signos fueron asimilados por sociedades secretas,
preservando así el espíritu de fraternidad y compromiso que caracterizó a los constructores
medievales.
Los canteros medievales, con su movilidad, especialización y
organización, desempeñaron un papel crucial en la construcción de las grandes
catedrales de Europa. Su legado va más allá de las piedras tralladas y las
bóvedas elevadas: incluye una rica tradición de fraternidad, ética profesional
y simbolismo que ha perdurado a lo largo de los siglos.