domingo, 2 de junio de 2024

La explotación laboral en España, un grito silencioso

 

Jesús Archivet

 

España, un país que se vanagloria de sus derechos sociales y laborales, enfrenta una realidad oscura y brutal en sus campos y restaurantes. La explotación laboral, un fenómeno que debería ser erradicado en pleno siglo XXI, se perpetúa en los rincones más vulnerables de nuestra sociedad. Los titulares recientes no dejan lugar a dudas: estamos ante una crisis que clama por una respuesta contundente y solidaria.

 

En Tarragona, la vigilancia con cámaras y el trabajo extenuante por veinte euros al día no es un relato de la Revolución Industrial, sino una práctica contemporánea en nuestros restaurantes. En Sevilla, una red captaba a rumanos y moldavos para trabajar en condiciones infrahumanas en el campo. Y en La Rioja, la detención de propietarios de establecimientos hosteleros ha sacado a la luz el abuso sistemático de trabajadores en situación irregular.

 

La explotación laboral en el mundo rural es particularmente alarmante. Migrantes de Sudamérica y Marruecos, atraídos por ofertas “engañosas” en Internet, llegan con la esperanza de una vida mejor, solo para encontrarse atrapados en un ciclo de abuso y desesperación. La Policía Nacional ha intensificado sus esfuerzos para frenar estas prácticas, pero la magnitud del problema requiere una acción coordinada y persistente.

 

Los relatos de las víctimas son desgarradores. En Sevilla, veintiuna personas vivían sin poder comer, beber ni orinar durante sus jornadas de laborales. Una menor de edad embarazada sufrió un aborto debido a las condiciones infrahumanas, y otro individuo saltó por la ventana en un intento desesperado de escapar. Estas historias no son incidentes aislados; son el reflejo de un sistema que falla en proteger a los más vulnerables.

 

Como Juan Carlos Monedero ha subrayado en muchas ocasiones, la lucha por la justicia social es una lucha contra la indiferencia y la complicidad. Los abusos laborales son posibles porque existe un contexto de impunidad y desprotección que los permite. No solo es una cuestión de legislación sino de voluntad política y ética social.

 

La explotación laboral no es un accidente ni una anomalía; es el resultado de políticas que favorecen a los poderosos y desprotegen a los desfavorecidos. La falta de inspección efectiva, las leyes laborales laxas y la creciente precarización del trabajo crean el caldo de cultivo perfecto para estos abusos.

 

Necesitamos un compromiso real con la justicia social. Esto implica reforzar las inspecciones laborales, asegurar condiciones dignas para todos los trabajadores y penalizar severamente a quienes se benefician de la explotación. Es imperativo que la sociedad española tome conciencia de esta realidad y exija un cambio profundo y duradero.

 

En palabras de Monedero, “la dignidad humana no puede ser moneda de cambio”. Es hora de que España demuestre que su compromiso con los derechos humanos y laborales es más que retórica vacía. La explotación laboral debe ser erradicada, y cada trabajador debe ser tratado con la dignidad y el respeto que merece.

 

La lucha continúa, y no podemos permitirnos mirar hacia otro lado. Las víctimas de la explotación laboral no son estadísticas ni noticias pasajeras; son seres humanos que merecen nuestro apoyo y nuestra acción decidida. Es momento de transformar la indignación en cambio y construir una España más justa y solidaria.

 

Enlaces a noticias sobre explotación:

 

https://elpais.com/sociedad/2024-02-20/la-policia-libera-a-21-trabajadoras-del-campo-victimas-de-explotacion-en-sevilla-a-las-que-no-se-permitia-comer-ni-beber.html

 

https://www.abc.es/sociedad/detenidos-propietarios-establecimiento-hostelero-rioja-explotacion-laboral-20240419103152-nt.html

 

https://es.ara.cat/sociedad/sucesos/vigilados-camaras-trabajando-restaurantes-veinte-euros-cae-red-explotacion-laboral-tarragona_1_5003057.html

 

https://www.canalsur.es/noticias/andalucia/sevilla/cae-en-sevilla-una-red-de-explotacion-laboral-que-captaba-a-rumanos-y-moldavos-para-trabajar-en-el-campo/2015725.html

 


Los últimos de Filipinas


 

Jesús Archivet


En el fragor del fin del imperio, entre el polvo y las ruinas coloniales y el eco de los cañones estadounidenses, emergen los héroes anónimos de una epopeya casi olvidada. El sitio de Baler (1 de julio de 1898- 2 de junio de 1899) no es solo una historia de resistencia militar, sino un símbolo de la ceguera imperial, del orgullo militar y del inexorable cambio que el mundo vivía en ese entonces. Los sitiados en Baler, conocidos como los últimos de Filipinas, fueron testigos y actores de un capítulo donde la historia, la dignidad y la terquedad se entrelazaron en un drama humano y político.


La insurrección filipina, iniciada en 1896 por la sociedad secreta Katipunan, fue un grito de libertad contra la opresión colonial española. Un grito que resonó fuerte y claro, pero que encontró una respuesta temporal en el Pacto de Biak-na-Bató de 1897. Emilio Aguinaldo y otros líderes revolucionarios fueron exiliados en Hong Kong, y la aparente paz llevó al gobierno español a reducir sus guarniciones. Pero esta tranquilidad era solo el silencio que precede a la tormenta.


En Cuba, el hundimiento del Maine en febrero de 1898 se convirtió el pretexto perfecto para que Estados Unidos desafiara al moribundo imperio español, iniciando la Guerra hispano-estadounidense. Con la derrota de la flota española en Cavite el 1 de mayo, Aguinaldo regresó a Filipinas, armado y financiado por los estadounidenses, para reavivar la llama revolucionaria. Mientras tanto, en Baler, un destacamento de 50 soldados españoles, aislado y ajeno al nuevo conflicto, se encontró rodeado por insurgentes filipinos. Así comenzó el sitio de Baler.


Desde el primer día, los sitiadores intentaron que los españoles se rindieran, enviandoles noticias sobre el desarrollo del conflicto y la caída de Manila en manos estadosunidenses. Pero la resistencia de Baler fue férrea. Las misivas, los emisarios y hasta los franciscanos prisioneros enviados a persudirlosdeponer las armas fueron en vano.


El Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, selló el fin de la guerra hispano-estadounidense y cedió la soberanía de Filipinas a Estados Unidos. Pero los hombres en Baler, aislados del mundo, continuaron su resistencia. La llegada de la cañonera estadounidense en abril de 1899, enviada para liberar a los españoles, solo complicó la situación, ya que las tropas desembarcadas fueron capturadas por los filipinos.


A finales de mayo, el teniente coronel Aguilar llegó con órdenes claras del gobernador general español: rendirse y regresar a Manila. Pero los sitiados, desconfiados, rechazaron la oferta. Fue un periódico dejado en la iglesia por Aguilar el que finalmente rompió el cerco de la ignorancia. Al descubrir una noticia que los filipinos no podrían haber inventado, los defensores comprendieron que la resistencia era fútil. España ya no ostentaba la soberanía de Filipinas.


El 2 de junio de 1899, tras 337 días de sitio, el destacamento español se rindió. Las autoridades filipinas, en un gesto de honor y respeto, le permitieron marchar a Manila sin ser considerados prisioneros. Aguinaldo emitió un decreto exaltando su valor, y los supervivientes fueron recibidos como héroes en la capital filipina antes de ser repatriados a España.


La historia de Baler es un recordatorio de la tenacidad humana, del absurdo imperialismo y del costo de la guerra. Los últimos de Filipinas no solo resistieron a un enemigo externo, sino también a la ceguera de un imperio en declive, aferrado a glorias pasadas mientras el mundo cambiaba irremediablemente. Este episodio nos recuerda que la dignidad y el valor pueden surgir en los lugares más inesperados, incluso en las ruinas de un imperio.

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