jueves, 7 de agosto de 2025

¿Dónde están los hombres? Reflexión sobre la masculinidad en tiempos líquidos

 


“Un hombre no nace, se forja”, dijo, posiblemente, un romano. Vivimos en una época en la que los referentes masculinos no son héroes, pensadores, guerreros ni líderes. No. Hoy ser hombre es, como mucho, saber abrir una cuenta de TikTok y decir que te “identificas” como un unicornio vegano y lunar. Pero cuidado. No te atrevas a llevar la contrario o te cancelan. Estamos ante una masculinidad diluida, descafeinada, domesticada. Y peor aún, avergonzada de ser lo que es.

Si uno repasa la historia, pero de verdad, no con gafas moradas, descubre que el concepto de hombre ha estado íntimamente ligado a la virtud, la responsabilidad y el carácter.

Los griegos tenían el areté. Excelencia, virtud, dominio de uno mismo. Ser hombre no era simplemente tener barba o voz grave. Era tener honor, sabiduría y agallas. Leónidas no pidió permiso para ser varón; lo fue en cada gesto, en cada decisión. Y no se identificaba como “líder espartano no binario” cuando iba al combate.

En Roma, el ideal de vir (de ahí viene “virtud”, por cierto) era el del ciudadano que servía a la res publica (quien no sepa lo que es, que lo busque), educaba con el ejemplo y prefería la muerte al deshonor. Séneca, Cicerón o Marco Aurelio no necesitaban una cuenta de OnlyFans para validar su autoestima.

Y luego llegaron los siglos. Hombres como Carlomagno, Cervantes, Garibaldi, Dostoievski, San Juan de la Cruz, Bolívar, Marx… Todos distintos, sí, pero con cosas en común. El carácter, la fortaleza y un proyecto de vida. Hombres que construían, lideraban y guiaban. Ahora, en cambio, no.

Hoy nos venden que la masculinidad es tóxica. Que ser hombre está mal. Que, si tienes una voz firme, ya eres opresor. Que, si quieres formar una familia y educar a tus hijos con valores, eres facha. Y si no te apuntas al bingo del género fluido, te acusan de intolerante. La figura del padre se ha convertido en un adorno. El referente masculino ha pasado de ser Alejandro Magno a ser un influencer que hace bailes con filtro de mariposas. Vamos, que, si Aristóteles viviera hoy, estaría tomando Diazepam por prescripción Woke.

Mientras tanto, los chavales crecen sin dirección. Sin brújula moral. Sin ejemplos. Y con una escuela que les repite que ser hombre está mal, que deben reprimir su instinto, pedir perdón por existir y dejarse vestir de princesa “porque es inclusivo”. Vamos a decirlo claro.  No se trata de volver a un machismo rancio y chabacano. No se trata de prohibir el llanto ni imponer el silencio. Pero tampoco de borrar al varón ni disolver su identidad con un cóctel hormonal de color arcoíris.

La masculinidad es necesaria. No por nostalgia, sino por biología, cultura e historia. Un hombre equilibrado es el que protege, construye, dirige con firmeza y ama con entrega. No el que se peina con glitter y pregunta a Chat GPT como seducir con lenguaje neutro. ¿Dónde está el hombre que da un paso al frente cuando todo el mundo se esconde? ¿Dónde está el hombre que cuida sin avergonzarse, que forma sin pedir perdón, que educa sin pedir permiso? La respuesta es: lo están matando. Culturalmente. Desde los medios, desde las escuelas, desde la “nueva masculinidad” que, más que nueva, es neutra y cobarde.

El progresismo actual, ese que se disfraza de empatía y solo escupe dogmas vacíos, no quiere hombres. Quiere sombras. Sujetos manipulables. Consumidores emocionales que pidan permiso para respirar. Ni héroes, ni padres, ni líderes. Súbditos. Y, además, con pulsera feminista y camisa de lino unisex. Criticar esto no es de ser facha. Es de ser coherente. Es tener memoria histórica. Es tener conciencia de lo que estamos perdiendo. Porque cuando no hay hombres, tampoco hay mujeres. Ni familias. Ni comunidad. Ni futuro.

Ser hombre hoy, con virtud, con propósito, con amor al deber, es casi un delito. Pero también una necesidad. Hace falta rescatar la figura del hombre que no se esconde. Que no pide perdón por existir. Que sabe cuándo hablar, cuando callar y cuándo actuar. Que construye, que educa, que guía. Que da la cara. No queremos hooligans borrachos, ni tiranos del sofá. Pero tampoco queremos niños grande con miedo a la realidad.

 

 

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