“Un hombre no nace, se forja”, dijo,
posiblemente, un romano. Vivimos en una época en la que los referentes
masculinos no son héroes, pensadores, guerreros ni líderes. No. Hoy ser hombre
es, como mucho, saber abrir una cuenta de TikTok y decir que te “identificas”
como un unicornio vegano y lunar. Pero cuidado. No te atrevas a llevar la
contrario o te cancelan. Estamos ante una masculinidad diluida, descafeinada,
domesticada. Y peor aún, avergonzada de ser lo que es.
Si uno repasa la historia, pero de verdad, no
con gafas moradas, descubre que el concepto de hombre ha estado íntimamente
ligado a la virtud, la responsabilidad y el carácter.
Los griegos tenían el areté. Excelencia, virtud,
dominio de uno mismo. Ser hombre no era simplemente tener barba o voz grave. Era
tener honor, sabiduría y agallas. Leónidas no pidió permiso para ser varón; lo
fue en cada gesto, en cada decisión. Y no se identificaba como “líder espartano
no binario” cuando iba al combate.
En Roma, el ideal de vir (de ahí viene “virtud”,
por cierto) era el del ciudadano que servía a la res publica (quien no sepa lo
que es, que lo busque), educaba con el ejemplo y prefería la muerte al
deshonor. Séneca, Cicerón o Marco Aurelio no necesitaban una cuenta de OnlyFans
para validar su autoestima.
Y luego llegaron los siglos. Hombres como
Carlomagno, Cervantes, Garibaldi, Dostoievski, San Juan de la Cruz, Bolívar,
Marx… Todos distintos, sí, pero con cosas en común. El carácter, la fortaleza y
un proyecto de vida. Hombres que construían, lideraban y guiaban. Ahora, en
cambio, no.
Hoy nos venden que la masculinidad es tóxica.
Que ser hombre está mal. Que, si tienes una voz firme, ya eres opresor. Que, si
quieres formar una familia y educar a tus hijos con valores, eres facha. Y si
no te apuntas al bingo del género fluido, te acusan de intolerante. La figura
del padre se ha convertido en un adorno. El referente masculino ha pasado de
ser Alejandro Magno a ser un influencer que hace bailes con filtro de
mariposas. Vamos, que, si Aristóteles viviera hoy, estaría tomando Diazepam por
prescripción Woke.
Mientras tanto, los chavales crecen sin
dirección. Sin brújula moral. Sin ejemplos. Y con una escuela que les repite
que ser hombre está mal, que deben reprimir su instinto, pedir perdón por
existir y dejarse vestir de princesa “porque es inclusivo”. Vamos a decirlo
claro. No se trata de volver a un
machismo rancio y chabacano. No se trata de prohibir el llanto ni imponer el
silencio. Pero tampoco de borrar al varón ni disolver su identidad con un
cóctel hormonal de color arcoíris.
La masculinidad es necesaria. No por nostalgia,
sino por biología, cultura e historia. Un hombre equilibrado es el que protege,
construye, dirige con firmeza y ama con entrega. No el que se peina con glitter
y pregunta a Chat GPT como seducir con lenguaje neutro. ¿Dónde está el hombre
que da un paso al frente cuando todo el mundo se esconde? ¿Dónde está el hombre
que cuida sin avergonzarse, que forma sin pedir perdón, que educa sin pedir
permiso? La respuesta es: lo están matando. Culturalmente. Desde los medios,
desde las escuelas, desde la “nueva masculinidad” que, más que nueva, es neutra
y cobarde.
El progresismo actual, ese que se disfraza de
empatía y solo escupe dogmas vacíos, no quiere hombres. Quiere sombras. Sujetos
manipulables. Consumidores emocionales que pidan permiso para respirar. Ni
héroes, ni padres, ni líderes. Súbditos. Y, además, con pulsera feminista y camisa
de lino unisex. Criticar esto no es de ser facha. Es de ser coherente. Es tener
memoria histórica. Es tener conciencia de lo que estamos perdiendo. Porque
cuando no hay hombres, tampoco hay mujeres. Ni familias. Ni comunidad. Ni
futuro.
Ser hombre hoy, con virtud, con propósito, con
amor al deber, es casi un delito. Pero también una necesidad. Hace falta
rescatar la figura del hombre que no se esconde. Que no pide perdón por existir.
Que sabe cuándo hablar, cuando callar y cuándo actuar. Que construye, que
educa, que guía. Que da la cara. No queremos hooligans borrachos, ni tiranos
del sofá. Pero tampoco queremos niños grande con miedo a la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario