domingo, 2 de junio de 2024

Los últimos de Filipinas


 

Jesús Archivet


En el fragor del fin del imperio, entre el polvo y las ruinas coloniales y el eco de los cañones estadounidenses, emergen los héroes anónimos de una epopeya casi olvidada. El sitio de Baler (1 de julio de 1898- 2 de junio de 1899) no es solo una historia de resistencia militar, sino un símbolo de la ceguera imperial, del orgullo militar y del inexorable cambio que el mundo vivía en ese entonces. Los sitiados en Baler, conocidos como los últimos de Filipinas, fueron testigos y actores de un capítulo donde la historia, la dignidad y la terquedad se entrelazaron en un drama humano y político.


La insurrección filipina, iniciada en 1896 por la sociedad secreta Katipunan, fue un grito de libertad contra la opresión colonial española. Un grito que resonó fuerte y claro, pero que encontró una respuesta temporal en el Pacto de Biak-na-Bató de 1897. Emilio Aguinaldo y otros líderes revolucionarios fueron exiliados en Hong Kong, y la aparente paz llevó al gobierno español a reducir sus guarniciones. Pero esta tranquilidad era solo el silencio que precede a la tormenta.


En Cuba, el hundimiento del Maine en febrero de 1898 se convirtió el pretexto perfecto para que Estados Unidos desafiara al moribundo imperio español, iniciando la Guerra hispano-estadounidense. Con la derrota de la flota española en Cavite el 1 de mayo, Aguinaldo regresó a Filipinas, armado y financiado por los estadounidenses, para reavivar la llama revolucionaria. Mientras tanto, en Baler, un destacamento de 50 soldados españoles, aislado y ajeno al nuevo conflicto, se encontró rodeado por insurgentes filipinos. Así comenzó el sitio de Baler.


Desde el primer día, los sitiadores intentaron que los españoles se rindieran, enviandoles noticias sobre el desarrollo del conflicto y la caída de Manila en manos estadosunidenses. Pero la resistencia de Baler fue férrea. Las misivas, los emisarios y hasta los franciscanos prisioneros enviados a persudirlosdeponer las armas fueron en vano.


El Tratado de París, firmado el 10 de diciembre de 1898, selló el fin de la guerra hispano-estadounidense y cedió la soberanía de Filipinas a Estados Unidos. Pero los hombres en Baler, aislados del mundo, continuaron su resistencia. La llegada de la cañonera estadounidense en abril de 1899, enviada para liberar a los españoles, solo complicó la situación, ya que las tropas desembarcadas fueron capturadas por los filipinos.


A finales de mayo, el teniente coronel Aguilar llegó con órdenes claras del gobernador general español: rendirse y regresar a Manila. Pero los sitiados, desconfiados, rechazaron la oferta. Fue un periódico dejado en la iglesia por Aguilar el que finalmente rompió el cerco de la ignorancia. Al descubrir una noticia que los filipinos no podrían haber inventado, los defensores comprendieron que la resistencia era fútil. España ya no ostentaba la soberanía de Filipinas.


El 2 de junio de 1899, tras 337 días de sitio, el destacamento español se rindió. Las autoridades filipinas, en un gesto de honor y respeto, le permitieron marchar a Manila sin ser considerados prisioneros. Aguinaldo emitió un decreto exaltando su valor, y los supervivientes fueron recibidos como héroes en la capital filipina antes de ser repatriados a España.


La historia de Baler es un recordatorio de la tenacidad humana, del absurdo imperialismo y del costo de la guerra. Los últimos de Filipinas no solo resistieron a un enemigo externo, sino también a la ceguera de un imperio en declive, aferrado a glorias pasadas mientras el mundo cambiaba irremediablemente. Este episodio nos recuerda que la dignidad y el valor pueden surgir en los lugares más inesperados, incluso en las ruinas de un imperio.

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