sábado, 13 de septiembre de 2025
Lo que Jesús nos reveló sobre la muerte y que aún ignoramos
jueves, 21 de agosto de 2025
Soledad en tiempos de productividad
Lo
que os traigo hoy no es porque me haya metido en una secta ni mucho menos, sino
porque como cristiano y persona con demasiadas horas de introspección, me paso
gran parte del día dándole vueltas a la cabeza. Y hoy, no sé si por la mala
noche o por la gracia del Espíritu, me he levanto inspirado. Así que allá voy. Paciencia,
porque esto tiene más densidad que un sermón medieval, pero espero que al final
os arranque no solo una lágrima, sino también un par de preguntas serias.
Decía
Pascal que “toda la desgracia de los hombres proviene de no saber quedarse
tranquilos en una habitación”. Siglos después seguimos igual, solo que, con WiFi,
Instagram y un smartwatch que nos recuerda cada tres horas que no caminamos lo
suficiente para ser “felices”.
Vivimos
en un mundo obsesionado con producir, con rendir, con demostrar que somo
alguien a través de likes, abdominales y objetos que pronto acabarán en
Wallapop. Nos han convencido de que el valor de nuestra vida se mide en
productividad, en dinero, en experiencias publicables. Pero mientras nuestra
agenda rebosa, nuestro corazón se vacía. Y de pronto nos encontramos solos,
terriblemente solos, en medio de un ruido que no deja de sonar.
La
Biblia no se anda con rodeos. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si pierde su alma?” (Mc 8,36). No se puede decir más claro. Ganamos productividad,
estatus, reconocimiento y a cambio perdemos lo único que no se puede reponer en
Amazon Prime. El alma.
San
Agustín, que sabía lo que era perderse en los vicios y buscar consuelo en lo
mundano, lo dijo con esa frase que debería grabarse en la puerta de los
gimnasios y oficinas. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti”. Ahí está el problema. Queremos saciar
nuestra sed con refrescos que solo dan más sed. Llenamos la agenda, vaciamos el
alma.
El
mundo occidental ha declarado a Dios desempleado. Lo hemos jubilado
prematuramente y lo hemos sustituido por lo que Nietzsche llamaría “ídolos de
barro”. La fama, el físico, la fiesta eterna, el consumo. Pero ocurre lo mismo
que en una discoteca a las 6 de la mañana. Luces encendidas, música apagada y
todos nos damos cuenta de que la euforia era puro maquillaje.
¿Y
qué queda cuando se acaba el ruido? La soledad. Esa soledad que ya no se
disfraza con filtros ni con productividad. Esa soledad que nos enfrenta a la
pregunta que nadie quiere hacerse. ¿Quién soy yo cuando no produzco, cuando no
tengo éxito, cuando nadie me aplaude?
Aquí
es donde el Evangelio se convierte en un bofetón lleno de ternura. Porque Cristo
no recuerda que no somos esclavos de la productividad, sino hijos. Y que la
vida no consiste en demostrar nada al mundo, sino en dejarnos amar. Él mismo
buscaba el silencio, se retiraba a orar, porque sabía que sin esa raíz, todo lo
demás es humo.
La
paradoja de nuestro tiempo es cruel. Nunca hemos tenido más medios para comunicarnos,
y nunca nos hemos sentido tan solos. Nunca hemos tenido más estímulos, y nunca hemos
estado más vacíos. Somos como Marta, afanados y nerviosos por mil cosas, pero olvidando
lo único necesario.
El
camino hacia afuera nos deja exhaustos. El camino hacia dentro, hacia Dios, nos
devuelve a casa. Ahí la productividad ya no importa, ahí no hay ranking, ahí no
se mide el alma en rendimiento.
Quizá
el gran escándalo de hoy no se la fe, sino la ternura. En un mundo que nos pide
ser máquinas, Jesús nos recuerda que somos hijos. En un mundo que nos mide por
lo que hacemos, Dios nos ama por lo que somos. Y esa certeza, que muchos llaman
ingenuidad, es la única que puede salvarnos de esta soledad disfraza de éxito.
Al
final, la pregunta no es cuánto hemos producido, sino cuanto hemos amado. Porque
lo demás se desvanecerá como humo en el aire. Pero el amor, diría San Pablo,
nunca pasa.
Y
sí, probablemente mientras lees esto, tu móvil ya te ha notificado tres correos
del trabajo. No pasa nada, Respira. Haz silencio. Porque quizá en ese silencio
no te encuentres solo, sino acompañado por el Único que nunca abandona.
viernes, 8 de agosto de 2025
¿Cuál es la isla más grande del mundo?
¿La isla más grande del mundo? Pues no, no es Hawái,
ni Mallorca, ni esa isla que siempre confundes con una nube cuando la ves en el
mapa. Es Groenlandia, ese gigante helado que parece sacado de una peli de
ciencia ficción o del congelador de tu abuela.
Groenlandia mide más de 2 millones cuadrados,
lo que viene a ser como poner España, Francia, Alemania, Italia y Portugal
juntos, y aún sobraría espacio para bailar un botellón gigante. Eso sí, la
mayoría de esa isla está cubierta de hielo, porque si no, sería demasiado buena
para ser verdad.
Su nombre viene del vikingo Erik el Rojo, que,
para atraer a más colonos, decidió llamarla “Tierra Verde” en plan marketing
adelantado. Spoiler: la mayor parte es más blanca que un yogurt sin azúcar.
Geográficamente, está en América del Norte,
pero políticamente pertenece a Dinamarca, así que es como un invitado extranjero
que no se va nunca de la fiesta.
Así que ya sabes, la próxima vez que alguien te
pregunta por la isla más grande, suelta Groenlandia y déjale pensando si no le
habías engañado toda la vida con islas de tamaño mini.
¿Cómo nació el pueblo Mexica?
Imagina esto. Un grupo de viajeros nómadas que
viene de Aztlán (ese mítico lugar que difícilmente encuentras en Google Maps)
recibe una llamada divina. El dios Huitzilopochtli les dice que se borren sus
nombres antiguos y que se llamaran Mexica. Además, les encarga encontrar su
nuevo hogar. Tras varias idas y venidas, llegan al Lago de Texcoco y montan
Tenochtitlan, una ciudad flotante que era como Venecia, pero con pirámides y
más caos organizado.
Resulta que estos tipos eran tan cosmopolitas
como obsesos del entrenamiento extremo. Montaban batallas rituales llamadas
Guerras Floridas solo para conseguir prisioneros con los que hacer sacrificios
que creían mantener a los dioses contentos. Nada de invasiones ni dominar por
territorios, era todo muy pactado, con fuego de incienso, guerreros adornados,
reglas claras y un solo objetivo. ¡Corazones frescos!
En paralelo, mientras la gente entrenaba para
ser los primeros en ser capturados (porque morir sacrificados era como ganarse
un pase VIP al cielo), los ingenieros mexicas estaban construyendo un sistema
hidráulico digno de admirar. Dos acueductos de varios kilómetros hechos de
terracota traían agua fresca desde los manantiales de Chapultepec hasta su
ciudad lacustre. Uno fue destruido por una inundación, y el siguiente,
levantado por Neahualcóyotl, era tan
robusto que permitía que el agua fluyera sin interrupciones mientras por abajo
navegaban canoas como si fueran cales tipo Venecia nivel harcore.
¿Cómo nació el Art Nouveau?
Cartel de Alphonse Mucha. Cigarrillos Paris
A finales del siglo XIX, en pleno subidón de
fábricas, humo y máquinas que hacían “chucuchucu” a un grupo de artista se les
encendió la bombilla: “Oye, ¿y si en vez de tanto hierro feo llenamos el mundo
de curvas, flores y cosas que parezcan sacadas de un sueño raro?”. Y así, sin
pedir permiso, nació el Art Nouveau, que en Francia llamaban así, en España
Modernismo, en Alemania Jugendstill. Vamos que cada uno lo bautizó como quiso,
como si fuera un hijo secreto.
La cosa era simple. Poner belleza de en todo. En
las artes gráficas, aquello fue una fiesta. Carteles, tipografías,
ilustraciones… todo empezó a retorcerse con líneas onduladas, colores suaves y
mujeres que parecían ninfas recién salidas de un bosque mágico. Fue como pasar
del Windows 95 al Photoshop, pero en 1895.
Los grandes nombres se lo tomaron muy enserio.
Alphonse Mucha, que con un cartel te vendía cigarrillos o teatro como si fuera la
última maravilla del universo; Hector Guimard, que convirtió las bocas del
metro de París en plantas mutantes; y Klimt, que te pintaba oro, flores y
mujeres divinas como si fuera fácil. Y luego estaba Aubrey Beardsley, el que se
saltó el “todo bonito” y metió erotismo, humor negro y mala leche en sus
dibujos, hasta el punto de que hoy lo pondrían en la lista negra de Facebook.
El Art Nouveau vino a decir que el arte no era
solo para los museos, que podía estar en una barandilla, en tu taza de café o
en la etiqueta de una botella. Y lo hizo con tanto estilo que, más de un siglo
después, todavía miras un póster de Mucha y piensas que es bonito y no hace
falta enchufarlo a la luz.
jueves, 7 de agosto de 2025
¿Dónde están los hombres? Reflexión sobre la masculinidad en tiempos líquidos
“Un hombre no nace, se forja”, dijo,
posiblemente, un romano. Vivimos en una época en la que los referentes
masculinos no son héroes, pensadores, guerreros ni líderes. No. Hoy ser hombre
es, como mucho, saber abrir una cuenta de TikTok y decir que te “identificas”
como un unicornio vegano y lunar. Pero cuidado. No te atrevas a llevar la
contrario o te cancelan. Estamos ante una masculinidad diluida, descafeinada,
domesticada. Y peor aún, avergonzada de ser lo que es.
Si uno repasa la historia, pero de verdad, no
con gafas moradas, descubre que el concepto de hombre ha estado íntimamente
ligado a la virtud, la responsabilidad y el carácter.
Los griegos tenían el areté. Excelencia, virtud,
dominio de uno mismo. Ser hombre no era simplemente tener barba o voz grave. Era
tener honor, sabiduría y agallas. Leónidas no pidió permiso para ser varón; lo
fue en cada gesto, en cada decisión. Y no se identificaba como “líder espartano
no binario” cuando iba al combate.
En Roma, el ideal de vir (de ahí viene “virtud”,
por cierto) era el del ciudadano que servía a la res publica (quien no sepa lo
que es, que lo busque), educaba con el ejemplo y prefería la muerte al
deshonor. Séneca, Cicerón o Marco Aurelio no necesitaban una cuenta de OnlyFans
para validar su autoestima.
Y luego llegaron los siglos. Hombres como
Carlomagno, Cervantes, Garibaldi, Dostoievski, San Juan de la Cruz, Bolívar,
Marx… Todos distintos, sí, pero con cosas en común. El carácter, la fortaleza y
un proyecto de vida. Hombres que construían, lideraban y guiaban. Ahora, en
cambio, no.
Hoy nos venden que la masculinidad es tóxica.
Que ser hombre está mal. Que, si tienes una voz firme, ya eres opresor. Que, si
quieres formar una familia y educar a tus hijos con valores, eres facha. Y si
no te apuntas al bingo del género fluido, te acusan de intolerante. La figura
del padre se ha convertido en un adorno. El referente masculino ha pasado de
ser Alejandro Magno a ser un influencer que hace bailes con filtro de
mariposas. Vamos, que, si Aristóteles viviera hoy, estaría tomando Diazepam por
prescripción Woke.
Mientras tanto, los chavales crecen sin
dirección. Sin brújula moral. Sin ejemplos. Y con una escuela que les repite
que ser hombre está mal, que deben reprimir su instinto, pedir perdón por
existir y dejarse vestir de princesa “porque es inclusivo”. Vamos a decirlo
claro. No se trata de volver a un
machismo rancio y chabacano. No se trata de prohibir el llanto ni imponer el
silencio. Pero tampoco de borrar al varón ni disolver su identidad con un
cóctel hormonal de color arcoíris.
La masculinidad es necesaria. No por nostalgia,
sino por biología, cultura e historia. Un hombre equilibrado es el que protege,
construye, dirige con firmeza y ama con entrega. No el que se peina con glitter
y pregunta a Chat GPT como seducir con lenguaje neutro. ¿Dónde está el hombre
que da un paso al frente cuando todo el mundo se esconde? ¿Dónde está el hombre
que cuida sin avergonzarse, que forma sin pedir perdón, que educa sin pedir
permiso? La respuesta es: lo están matando. Culturalmente. Desde los medios,
desde las escuelas, desde la “nueva masculinidad” que, más que nueva, es neutra
y cobarde.
El progresismo actual, ese que se disfraza de
empatía y solo escupe dogmas vacíos, no quiere hombres. Quiere sombras. Sujetos
manipulables. Consumidores emocionales que pidan permiso para respirar. Ni
héroes, ni padres, ni líderes. Súbditos. Y, además, con pulsera feminista y camisa
de lino unisex. Criticar esto no es de ser facha. Es de ser coherente. Es tener
memoria histórica. Es tener conciencia de lo que estamos perdiendo. Porque
cuando no hay hombres, tampoco hay mujeres. Ni familias. Ni comunidad. Ni
futuro.
Ser hombre hoy, con virtud, con propósito, con
amor al deber, es casi un delito. Pero también una necesidad. Hace falta
rescatar la figura del hombre que no se esconde. Que no pide perdón por existir.
Que sabe cuándo hablar, cuando callar y cuándo actuar. Que construye, que
educa, que guía. Que da la cara. No queremos hooligans borrachos, ni tiranos
del sofá. Pero tampoco queremos niños grande con miedo a la realidad.
miércoles, 19 de marzo de 2025
Señor, dame paciencia
Ficha técnica:
Título: Señor, dame paciencia
Año: 2017
Director: Álvaro Díaz Lorenzo
Género: Comedia
Nacionalidad: España
Duración: 91 minutos
Esta película, pese a no ser una obra maestra del cine,
sigue siendo una opción ligera para disfrutar en familia. Su mezcla de humor y
temáticas contemporáneas, como las diferencias ideológicas y generacionales
dentro de una familia, la convierten en una propuesta interesante de analizar
dentro del cine de comedia española
Señor, dame paciencia sigue la historia de Gregorio (Jordi
Sánchez), un hombre de mentalidad cerrada y carácter conservador, que tras la
repentina muerte de su esposa Marisa (Rossy de Palma) debe enfrentarse a un fin
de semana con sus hijos y parejas, todas radicalmente opuestas a sus valores. El
viaje al sur de España para esparcir las cenizas de su mujer se convierte en un
choque cultural y generacional que lleva al protagonista a cuestionarse sus
prejuicios y formas de ver la vida. Con situaciones cómicas y momentos de
tensión disfrazados de humor, la película busca transmitir un mensaje de
tolerancia y aceptación.
La película sigue la línea de otras comedias familiares como
Ocho apellidos vascos (2014) y Ocho apellidos catalanes (2015), donde se
exploran las diferencias culturales y los prejuicios a través de un tono humorístico.
Sin embargo, a diferencia de estas, Señor, dame paciencia se centra en la
dinámica familiar más que en los contrastes regionales. Además, su tono
recuerda a clásicos de la comedia estadounidense como Mi gran boda griega (2002),
donde también se juega con las tensiones familiares y el choque de ideologías.
En cuanto a la puesta en escena, la película no ofrece
grandes innovaciones. La dirección de Álvaro Díaz es funcional, sin riesgos ni un
estilo distintivo. El movimiento de cámara es convencional, con predominio de
planos medios y generales que buscan capturar la interacción entre los personajes
sin destacar especialmente en la composición visual. la cinematografía es
colorida y luminosa, reflejando el tono ligero de la historia, pero sin grandes
esfuerzos estéticos.
La ambientación en el sur de España añade un punto
pintoresco a la película, pero se apoya en estereotipos más que en una representación
auténtica. La banda sonora cumple su función sin destacar, acompañando las
escenas de humor con ritmos animados y ligeros.
Señor, dame paciencia no es una película que deje huella en
la historia del cine, ni destaca especialmente dentro del género de la comedia.
Sin embargo, es una opción entretenida para ver en familia, sin mayores
exigencias. Su humor es sencillo y accesible, aunque en ocasiones algo forzado,
y su mensaje de tolerancia y aceptación, aunque predecible, es positivo. La película
que, aunque no merece un aprobado en términos cinematográficos, puede ser una opción
adecuada para una tarde risas en familia.
Idealismo alemán
Últimamente estoy leyendo mucha filosofía, porque me apasiona. En especial, estoy leyendo filosofía germánica. Y hay algo en esos textos, ...
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Ficha técnica Título original: Il buono, il brutto, il cattivo Año: 1966 Dirección: Sergio Leone Género: Western Duración: 161 m...
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“Un hombre no nace, se forja”, dijo, posiblemente, un romano. Vivimos en una época en la que los referentes masculinos no son héroes, pens...
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Ficha técnica Título original: Father Stu Año: 2022 Dirección: Rosalind Ross Género: Drama, biográfico Duración: 124 minutos P...




